El centro de la parábola del ?buen samaritano? no es la curación y el cuidado del herido. Tampoco es respecto al contenido de la caridad sino ?¿quién es mi prójimo?? Por tanto, la parábola responde a estas dos cuestiones: Quién es mi prójimo y cómo hacerse prójimo y para qué.
El prójimo es quien me necesita ¡ahora! A quien la Providencia ha puesto en mi camino y se cruza en mi vida. Y al que se hace preciso acercarse ser capaces de cambiar nuestros plane. El samaritano se sale de su ruta, de sus tiempos. Pero para ello, antes es preciso dejarse ?mover a compasión?. Ponerse en el lugar del otro (se movió a compasión, ?padecer con?). Esto requiere de ciertas disposiciones en el corazón del buen samaritano. ?Se trata por tanto de extraer del amor infinito de Dios, a través de una intensa relación con él en la oración, la fuerza para vivir cada día como el Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido? (Benedicto XVI, JM del Enfermo 2013)
¿Cómo hacerse prójimo y para qué? El amor supone cuidarle, vendando las heridas, suavizando el sufrimiento con aceite, desinfectando con el alcohol del vino. Poniéndole sobre la propia cabalgadura, llevando el peso del herido, involucrarse. ?Aceptar al otro que sufre significa asumir de alguna manera su sufrimiento, de modo que éste llegue a ser también mío. Pero precisamente porque ahora se ha convertido en sufrimiento compartido, en el cual se da la presencia de un otro, este sufrimiento queda traspasado por la luz del amor? (Benedicto XVI, Encíclica ?Spes salvi?, 38).
También implica darle una esperanza. Hay que ayudar a descubrir que hay vida, sentido y valor en el hombre que sufre. El mayor dolor es el sufrimiento moral ante la falta de esperanza. Aquí hemos de ser muy conscientes de nuestra misión: ?siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pida? (1 Pe 3, 15). ?La Iglesia se dirige siempre con el mismo espíritu de fraterna participación a cuantos viven la experiencia del dolor, animada por el Espíritu de Aquel que, con el poder de su amor, ha devuelto sentido y dignidad al misterio del sufrimiento? (Benedicto XVI, Discurso a participantes de las XXVII Conferencia Internacional del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, 17-XI-2012)
Que nuestra Madre, Madre de Misericordia, nos ayude a descubrir cómo la misericordia no es solo un sentimiento entrañable: es voluntad que nos hace salir hacia el prójimo, que no es alguien a quien elegimos, sino con quien nos encontramos. Jesús no entra en interpretaciones teológicas, sino que le enseña al maestro de la ley a entrar en la vida, en su vida, a preguntarse él mismo por su prójimo. Y ahí es donde Jesús le dice: «Anda y haz tú lo mismo». Jesús invita a leer las Escrituras y a interpretarlas teniendo en cuenta al otro, especialmente al más necesitado.
Madre nuestra, ayúdanos a hacer nosotros los mismo siguiendo la enseñanza de Cristo.